“La paz que hemos querido nosotros, por la cual hemos luchado por mucho tiempo, ha sido siempre buscando que en este países acaben las desigualdades que son tan poderosas…”
La restitución de tierras tiene que aludir a las tierras que les arrebataron violentamente a los campesinos, indígenas y afro descendientes, y no a baldíos distantes de sus sitios raizales de existencia, también codiciados hoy por las multinacionales. Pero resulta que este es un problema que tiene que ver con todo el pueblo colombiano y que de hecho está salpicando de conflictos todo el territorio. Hay una profunda inconformidad del país nacional con el hampa financiera que se está apropiando de la Orinoquía. Ahora han aparecido unos tales “nuevos llaneros” que de llaneros no tienen nada, como los magnates Sarmiento Angulo y Julio Mario Santodomingo (hijo), los terratenientes Eder del Valle del Cauca, el señor Efromovich, el ex vicepresidente Francisco Santos (gestor del paramilitar Bloque Capital), los hijos de Uribe Vélez, entre otros filibusteros, que ningún derecho tienen sobre esas tierras y que sólo quieren clavar sus garras en el petróleo, el oro, el coltán, el litio, explotar grandes proyectos agroindustriales y la biodiversidad de la altillanura. Abordar el asunto agrario es discutir con el país sobre estos problemas. Que hablen los verdaderos llaneros, esos de piel tostada por el sol de los bancos de sabana; esos que por siglos han convivido en armonía con los morichales y el vuelo de las garzas y de los alcaravanes; esos de pies descalzos que con su histórica bravura empuñaron las lanzas para darnos la libertad.
El pueblo tiene la palabra: Ahí está la patriótica resistencia de los trabajadores petroleros contra la canadiense Pacific-Rubiales en Puerto Gaitán, cuyo escenario de saqueo fue preparado con sangre por los paramilitares de Víctor Carranza. Diariamente el vampiro trasnacional se lleva más de 250 mil barriles de petróleo, mientras le succiona la sangre a más de 12 mil 500 trabajadores tercerizados que como esclavos tienen que trabajar 16 horas diarias por 21 días continuos por una semana de descanso. Su situación laboral es más atroz que la impuesta por los enclaves bananeros de los años 20.
Ahí está la resistencia de los pobladores del Quimbo, donde el gobierno pretende sacar a patadas a la gente que ha vivido allá más de un siglo, destruyendo así sus trayectorias culturales, de vida, y su entorno ambiental. ¿Vamos a dejar acaso que se hiera de muerte al río de la patria que es el Río Grande de la Magdalena, sólo para construir una represa que generará energía para la exportación y no para resolver la demanda interna de millones de colombianos que no tienen acceso a la energía eléctrica? Para el gobierno están primero las ganancias de la trasnacional EMGESA que la suerte de las familias que quedarán desarraigadas.
Ahí está la resistencia de los pobladores de Marmato (Caldas), gente humilde que siempre ha vivido de la explotación artesanal aurífera y que ahora la trasnacional MEDORO RESOURCES quiere borrar del mapa para convertir esa aldea en la mina de oro a cielo abierto más grande del continente. Recordemos aquí, que hasta la iglesia colombiana ha acompañado esa justa lucha en la que el sacerdote José Idárraga, líder del Comité Cívico Pro defensa de Marmato, fue acribillado por los esbirros de las trasnacionales.
Ahí está la formidable Resistencia Indígena y Campesina en el Cauca en defensa de su territorio y de sus culturas ancestrales, y la de sus hermanos afrocolombianos, guardianes patrióticos de la soberanía del pueblo sobre el Pacífico y nuestras selvas.
Insisten las castas dominantes en destrozar el páramo de Santurbán, riqueza de biodiversidad y de aguas que sacian la sed de ciudades importantes como Bucaramanga y Cúcuta. Por la codicia del oro pretenden destruir la alta montaña y la pureza de las aguas del río Suratá. La dignidad de los hijos de José Antonio Galán, el comunero, ha movilizado la resistencia, unificando incluso al pueblo llano con el empresariado local, que ha comenzado a entender, que esta es una lucha de toda Colombia.
¿Cómo vamos a permitir que por complacer la voracidad por el oro de la ANGLO GOLD ASHANTI se le entregue a esta multinacional el 5% de nuestro territorio? El proyecto extractivo de esa empresa en La Colosa (Cajamarca) dejará una gran devastación ecológica y privará de agua a 4 millones de colombianos que dependen de sus fuentes hídricas.
La locomotora minera es como un demonio de destrucción socio-ambiental que si el pueblo no la detiene, en menos de una década convertirá a Colombia en un país inviable. Frenemos ya las locomotoras físicas del Cerrejón y de la Drummond que durante las 24 horas del día saquean nuestro carbón, asperjan polución al paso de sus interminables vagones, dejándonos, como dice el cantautor vallenato, Hernando Marín, sólo socavón y miseria. Frenemos a la BHP BILLITON, a XSTRATA y la ANGLO AMERICAN, que para extraer 600 millones de toneladas de carbón que yacen bajo el lecho del río Ranchería, pretenden desviar su curso, lo que disminuirá el caudal de sus aguas en un 40% generando devastación ambiental y destrucción irreparable al tejido social de los pueblos Wayúu.
Qué asustadizo se ve al gobierno para defender la soberanía frente a la trasnacional BHP BILLITON que saquea en descarada actitud de lesa patria el ferroníquel de Cerro Matoso (Córdoba), y a la que sigue colmando de gabelas en detrimento de la soberanía, el bienestar social y el medio ambiente.
Hay que poner fin a esa monstruosidad que son los contratos a 20 y 30 años que privilegian los derechos del capital en menoscabo del interés común.
Y claro, se escuchan a los portavoces del gobierno y la oligarquía proclamando el crecimiento de la economía nacional y sus exportaciones. Pero no, en Colombia no hay economía nacional. Quienes exportan el petróleo, el carbón, el ferroníquel, el oro y se benefician con ello, son las multinacionales. La prosperidad, entonces es de éstas y de los gobernantes vendidos, no del país.
Señoras y señores
Amigas y amigos de la paz de Colombia
Compatriotas
Hemos venido hasta este paralelo 60, hasta esta ciudad de Oslo desde el
trópico remoto, desde el Macondo de la injusticia, el tercer país más desigual
del mundo, con un sueño colectivo de paz, con un ramo de olivo en nuestras
manos.
Venimos a esta Noruega septentrional a buscar la paz con justicia social
para Colombia por medio del diálogo, donde el soberano, que es el pueblo,
tendrá que ser el protagonista principal. En él reposa la fuerza irresistible
de la paz. Ésta no depende de un acuerdo entre voceros de las partes
contendientes. Quien debe trazar la ruta de la solución política es el pueblo y
a él mismo le corresponderá establecer los mecanismos que han de refrendar sus
aspiraciones.
Tal emprendimiento estratégico
no puede concebirse como un proceso contra reloj. La pretendida paz exprés que
algunos promocionan, por su volátil subjetividad y por sus afanes, sólo
conduciría a los precipicios de la frustración. Una paz que no aborde la solución
de los problemas económicos, políticos y sociales generadores del conflicto, es
una veleidad y equivaldría a sembrar de quimeras el suelo de Colombia.
Necesitamos edificar la convivencia sobre bases pétreas, como los inamovibles
fiordos rocosos de estas tierras, para que la paz sea estable y duradera.
No somos los guerreristas que han querido pintar algunos medios de
comunicación, venimos a la mesa con propuestas y proyectos para alcanzar la paz
definitiva, una paz que implique una profunda desmilitarización del Estado y
reformas socioeconómicas radicales que funden la democracia, la justicia y la
libertad verdaderas. Venimos aquí con el acumulado de una lucha histórica por
la paz, a buscar, codo a codo con nuestro pueblo, la victoria de la solución
política sobre la guerra civil que destroza a Colombia. No obstante, nuestra
determinación tiene la fortaleza para enfrentar a los guerreristas que creen
que con el estruendo de las bombas y de los cañones pueden doblegar la voluntad
de quienes mantenemos en alto las banderas del cambio y la justicia social.
No se puede encadenar este proceso a
una política enfocada exclusivamente en la obtención desaforada de ganancias
para unos pocos capitalistas a los que no les importa para nada la pobreza que
abate al 70% de la población. Ellos sólo piensan en el incremento de su botín,
no en la reducción de la miseria. Más de 30 millones de colombianos viven en la
pobreza, 12 millones en la indigencia, el 50% de la población económicamente
activa, agoniza entre el desempleo y el subempleo, casi 6 millones de
campesinos deambulan por las calles víctimas del desplazamiento forzoso. De 114
millones de hectáreas que tiene el país, 38 están asignadas a la exploración
petrolera, 11 millones a la minería, de las 750 mil hectáreas en explotación
forestal se proyecta pasar a 12 millones. La ganadería extensiva ocupa 39.2
millones. El área cultivable es de 21.5 millones de hectáreas, pero solamente
4.7 millones de ellas están dedicadas a la agricultura, guarismo en decadencia
porque ya el país importa 10 millones de toneladas de alimentos al año. Más de
la mitad del territorio colombiano está en función de los intereses de una
economía de enclave.
En nuestra visión, colocar sobre la mesa el asunto del desarrollo
agrario integral como primer punto del acuerdo general remite a asumir el
análisis de uno de los aspectos centrales del conflicto. El problema de la
tierra es causa histórica de la confrontación de clases en Colombia. En
palabras del comandante Alfonso Cano “las FARC nacimos resistiendo a la
violencia oligárquica que utiliza sistemáticamente el crimen político para
liquidar a la oposición democrática y revolucionaria; también como respuesta
campesina y popular a la agresión latifundista y terrateniente que inundó de
sangre los campos colombianos usurpando tierras de campesinos y colonos…”
Aquello que fue causa esencial del alzamiento armado y de una heroica
resistencia campesina, a lo largo del tiempo se ha agudizado. La geofagia de
los latifundistas acentuó la desequilibrada e injusta estructura de la tenencia
de la tierra. El coeficiente GINI en el campo alcanza el 0,89. ¡Espantosa
desigualdad! Los mismos datos oficiales dan cuenta de que las fincas de más de
500 hectáreas corresponden al 0.4% de los propietarios que controlan el 61.2%
de la superficie agrícola. Se trata de una acumulación por desposesión, cuya
más reciente referencia habla de 8 millones de hectáreas arrebatadas a sangre y
fuego a través de masacres paramilitares, fosas comunes, desapariciones y
desplazamiento forzoso, crímenes de lesa humanidad, acentuados durante los 8
años de gobierno de Uribe, todos ellos componentes del terrorismo de Estado en
Colombia.
Para las FARC, Ejército del Pueblo, el concepto TIERRA está
indisolublemente ligado al territorio; son un todo indivisible que va más allá
del aspecto meramente agrario y que toca intereses estratégicos, vitales, de
toda la nación. Por eso la lucha por el territorio está en el centro de las
luchas que se libran hoy en Colombia. Hablar de tierra significa para nosotros
hablar del territorio como una categoría que además del subsuelo y el
sobresuelo entraña relaciones socio- históricas de nuestras comunidades que
llevan inmerso el sentimiento de patria, que concibe la tierra como abrigo, y el
sentido del buen vivir. Al respecto debiéramos interiorizar la profunda
definición del Libertador Simón Bolívar sobre qué es la patria, nuestro suelo,
nuestro territorio: “Primero el suelo nativo que nada -nos dice-, él ha formado
con sus elementos nuestro ser; nuestra vida no es otra cosa que la esencia de
nuestro propio país; allí se encuentran los testigos de nuestro nacimiento, los
creadores de nuestra existencia y los que nos han dado alma por la educación;
los sepulcros de nuestros padres yacen allí y nos reclaman seguridad y reposo;
todo nos recuerda un deber, todo nos excita sentimientos tiernos y memorias
deliciosas; allí fue el teatro de nuestra inocencia, de nuestros primeros
amores, de nuestras primeras sensaciones y de cuanto nos ha formado. ¿Qué
títulos más sagrados al amor y a la consagración”?
Partimos de esta
visión para alertar a Colombia toda: la titulación de tierras, tal como la ha
diseñado el actual gobierno, es una trampa; encarna una suerte de despojo legal
a través del cual se busca que el campesino, una vez con el título de propiedad
en sus manos, no tenga otra salida que la de vender o arrendar a las
trasnacionales y conglomerados financieros, a los que sólo les interesa el
saqueo exacerbado de los recursos minero-energéticos que están debajo del
suelo. Dentro de su estrategia está la utilización del suelo para extender las
explotaciones forestales y las inmensas plantaciones, no para resolver el grave
problema alimentario que padece nuestro pueblo, sino para producir
agro-combustibles que alimentarán automóviles. En el mejor de los casos, la
gente del campo quedará con una renta miserable, pero alejada del terruño y
confinada en los cinturones de miseria de las grandes ciudades. Al cabo de 20 o
30 años de contrato nadie se acordará del verdadero dueño de la tierra. Lo
aseguramos sin vacilación: la bancarización de la tierra derivada de la
titulación, acabará “tumbándole” la tierra al campesino. Nos están empujando a
la extranjerización de la tierra y al desastre ambiental dinamizado brutalmente
por la explotación minero-energética y forestal.La naturaleza como fuente de
información genética no puede ser convertida en botín de las trasnacionales. Nos
oponemos a la invasión de las semillas transgénicas y a la privatización y
destrucción de nuestra biodiversidad y a la pretensión de hacer de nuestros
campesinos pieza del engranaje de los agro-negocios y sus cadenas
agroindustriales. Están en juego la soberanía y la vida misma.
En estos términos, la titulación no es más que la legalidad que pretende
lavar el rostro ensangrentado del despojo que durante décadas ha venido
ejecutando el terrorismo de Estado. Para una trasnacional es más presentable
decir “tengo un título minero” a que se le sindique de haber financiado grupos
paramilitares y desterrado a una población para hacer viable su proyecto
extractivo. Dentro de esta dinámica en Colombia el régimen asesina no sólo con
sus planes de guerra, con sus paramilitares y sicarios, sino también con sus
políticas económicas que matan de hambre. Hoy hemos venido a desenmascarar a
ese asesino metafísico que es el mercado, a denunciar la criminalidad del
capital financiero, a sentar al neoliberalismo en el banquillo de los acusados,
como verdugo de pueblos y fabricante de muerte.
No nos engañemos: la política agraria del régimen es retardataria y
engañosa. La verdad pura y limpia, como dice el Libertador Simón Bolívar, es el
mejor modo de persuadir. La mentira sólo conduce a la agudización del
conflicto. El fin último de tales políticas, en detrimento de la soberanía y
del bienestar común, es dar seguridad jurídica a los inversionistas,
liberalizar el mercado de tierras y lanzar el territorio al campo de la
especulación financiera y mercados de futuro. Independientemente de que exista
o no la insurgencia armada, ésta política multiplicará los conflictos y la
violencia.
Acumulación por desposesión y nueva espacialidad capitalista, eh ahí la
fórmula del proyecto político-económico de las élites neoliberales haciendo
chorrear sangre a la patria de la cabeza a los pies.
Es a esto a lo que nos resistimos. Las FARC no se oponen a una verdadera
restitución y titulación de tierras. Por años hemos luchado, como pueblo en
armas, por una reforma agraria eficaz y transparente, y es precisamente por
ello que no se puede permitir que se implemente el despojo legal que el
gobierno proyecta con su ley de tierras. Por medio de la violencia del Plan
Colombia y el proyecto paramilitar, se preparó el territorio para el asalto de
las trasnacionales. La ley general agraria y de desarrollo rural, es
esencialmente un proyecto de reordenamiento territorial concebido para abrirle
campo a la economía extractiva en contra de la economía campesina, en desmedro
de la soberanía alimentaria y del mercado interno, al superponer el mapa
minero-energético sobre el espacio agrícola. Ni siquiera se tiene en cuenta la
promoción de una agroecología que permita una interacción amigable con la
naturaleza.
Por otro lado, la restitución de tierras tiene que aludir a las tierras
que les arrebataron violentamente a los campesinos, indígenas y afro
descendientes, y no a baldíos distantes de sus sitios raizales de existencia,
también codiciados hoy por las multinacionales. Pero resulta que este es un
problema que tiene que ver con todo el pueblo colombiano y que de hecho está
salpicando de conflictos todo el territorio. Hay una profunda inconformidad del
país nacional con el hampa financiera que se está apropiando de la Orinoquía.
Ahora han aparecido unos tales “nuevos llaneros” que de llaneros no tienen
nada, como los magnates Sarmiento Angulo y Julio Mario Santodomingo (hijo), los
terratenientes Eder del Valle del Cauca, el señor Efromovich, el ex
vicepresidente Francisco Santos (gestor del paramilitar Bloque Capital), los
hijos de Uribe Vélez, entre otros filibusteros, que ningún derecho tienen sobre
esas tierras y que sólo quieren clavar sus garras en el petróleo, el oro, el
coltán, el litio, explotar grandes proyectos agroindustriales y la
biodiversidad de la altillanura. Abordar el asunto agrario es discutir con el
país sobre estos problemas. Que hablen los verdaderos llaneros, esos de piel
tostada por el sol de los bancos de sabana; esos que por siglos han convivido
en armonía con los morichales y el vuelo de las garzas y de los alcaravanes;
esos de pies descalzos que con su histórica bravura empuñaron las lanzas para
darnos la libertad.
El pueblo tiene la palabra: Ahí está la patriótica resistencia de los
trabajadores petroleros contra la canadiense Pacific-Rubiales en Puerto Gaitán,
cuyo escenario de saqueo fue preparado con sangre por los paramilitares de
Víctor Carranza. Diariamente el vampiro trasnacional se lleva más de 250 mil
barriles de petróleo, mientras le succiona la sangre a más de 12 mil 500
trabajadores tercerizados que como esclavos tienen que trabajar 16 horas
diarias por 21 días continuos por una semana de descanso. Su situación laboral
es más atroz que la impuesta por los enclaves bananeros de los años 20.
Ahí está la resistencia de los pobladores del Quimbo, donde el gobierno
pretende sacar a patadas a la gente que ha vivido allá más de un siglo,
destruyendo así sus trayectorias culturales, de vida, y su entorno ambiental.
¿Vamos a dejar acaso que se hiera de muerte al río de la patria que es el Río
Grande de la Magdalena, sólo para construir una represa que generará energía
para la exportación y no para resolver la demanda interna de millones de
colombianos que no tienen acceso a la energía eléctrica? Para el gobierno están
primero las ganancias de la trasnacional EMGESA que la suerte de las familias
que quedarán desarraigadas.
Ahí está la resistencia de los pobladores de Marmato (Caldas), gente
humilde que siempre ha vivido de la explotación artesanal aurífera y que ahora
la trasnacional MEDORO RESOURCES quiere borrar del mapa para convertir esa
aldea en la mina de oro a cielo abierto más grande del continente. Recordemos aquí,
que hasta la iglesia colombiana ha acompañado esa justa lucha en la que el "
target="_blank">sacerdote José Idárraga, líder del Comité Cívico Pro defensa
de Marmato, fue acribillado por los esbirros de las trasnacionales.
Ahí está la formidable resistencia indígena y campesina en el Cauca en
defensa de su territorio y de sus culturas ancestrales, y la de sus hermanos afrocolombianos,
guardianes patrióticos de la soberanía del pueblo sobre el Pacífico y nuestras
selvas.
Insisten las castas dominantes en destrozar el páramo de Santurbán,
riqueza de biodiversidad y de aguas que sacian la sed de ciudades importantes
como Bucaramanga y Cúcuta. Por la codicia del oro pretenden destruir la alta
montaña y la pureza de las aguas del río Suratá. La dignidad de los hijos de
José Antonio Galán, el comunero, ha movilizado la resistencia, unificando
incluso al pueblo llano con el empresariado local, que ha comenzado a entender,
que esta es una lucha de toda Colombia.
¿Cómo vamos a permitir que por complacer la voracidad por el oro de la
ANGLO GOLD ASHANTI se le entregue a esta multinacional el 5% de nuestro
territorio? El proyecto extractivo de esa empresa en La Colosa (Cajamarca)
dejará una gran devastación ecológica y privará de agua a 4 millones de
colombianos que dependen de sus fuentes hídricas.
La locomotora minera es como un demonio de destrucción socio-ambiental
que si el pueblo no la detiene, en menos de una década convertirá a Colombia en
un país inviable. Frenemos ya las locomotoras físicas del Cerrejón y de la
Drummond que durante las 24 horas del día saquean nuestro carbón, asperjan
polución al paso de sus interminables vagones, dejándonos, como dice el
cantautor vallenato, Hernando Marín, sólo socavón y miseria. Frenemos a la BHP
BILLITON, a XSTRATA y la ANGLO AMERICAN, que para extraer 600 millones de
toneladas de carbón que yacen bajo el lecho del río Ranchería, pretenden
desviar su curso, lo que disminuirá el caudal de sus aguas en un 40% generando
devastación ambiental y destrucción irreparable al tejido social de los pueblos
Wayúu.
Qué asustadizo se ve al gobierno para
defender la soberanía frente a la trasnacional BHP BILLITON que saquea en
descarada actitud de lesa patria el ferroníquel de Cerro Matoso (Córdoba), y a
la que sigue colmando de gabelas en detrimento de la soberanía, el bienestar
social y el medio ambiente.
Hay que poner fin a esa monstruosidad que son los contratos a 20 y 30
años que privilegian los derechos del capital en menoscabo del interés común.
Y claro, se escuchan a los portavoces del gobierno y la oligarquía
proclamando el crecimiento de la economía nacional y sus exportaciones. Pero
no, en Colombia no hay economía nacional. Quienes exportan el petróleo, el
carbón, el ferroníquel, el oro y se benefician con ello, son las
multinacionales. La prosperidad, entonces es de éstas y de los gobernantes
vendidos, no del país.
Este no es un espacio para resolver los problemas particulares de los
guerrilleros, sino los problemas del conjunto de la sociedad; y dado que uno de
los factores que más impacta negativamente a la población es la subscripción de
los Tratados de Libre Comercio, éste es un tema que tendrá que abordarse
indefectiblemente. Pobre Colombia obligada a competir con las trasnacionales con
una infraestructura arruinada por la corrupción y la desidia.
Entonces la paz… sí. Sinceramente queremos la paz y nos identificamos
con el clamor mayoritario de la nación por encontrarle una salida dialogada al
conflicto abriendo espacios para la plena participación ciudadana en los
debates y decisiones.
Pero la paz no significa el silencio de los fusiles, sino que abarca la
transformación de la estructura del Estado y el cambio de las formas políticas,
económicas y militares. Sí, la paz no es la simple desmovilización. Decía el
comandante Alfonso Cano: “Desmovilizarse es sinónimo de inercia, es entrega
cobarde, es rendición y traición a la causa popular y al ideario revolucionario
que cultivamos y luchamos por las transformaciones sociales, es una indignidad
que lleva implícito un mensaje de desesperanza al pueblo que confía en nuestro
compromiso y propuesta bolivariana”. Necesariamente tendremos que abocar las
causas generadoras del conflicto y sanear primero el cangro de la
institucionalidad. Claro, desde el punto de vista estrictamente económico, para
una trasnacional es más fácil saquear los recursos naturales del país sin la
resistencia popular y guerrillera. Apoyados en ejercicios sencillos de
matemática, podemos afirmar que la guerra es insostenible para el Estado, por
las siguientes consideraciones:
El gasto militar en Colombia es de los más altos del mundo en proporción
a su Producto Interno Bruto. Este alcanza el 6.4% cuando hace 20 años estaba
por el orden del 2.4%; es decir, se ha triplicado, y eso es relevante. El gasto
militar actualmente oscila entre 23 y 27 billones de pesos al año, descontando
que Colombia es el tercer receptor de “ayuda” militar estadounidense en el
mundo y que por cuenta del Plan Colombia recibe una financiación equivalente a
700 millones de dólares al año.
En Colombia hay un régimen jurídico que
se acompaña con la protección militar de las inversiones. De unos 330.000
efectivos de las Fuerzas Militares, 90 mil soldados son utilizados para cuidar
la infraestructura y las ganancias de las multinacionales. El enorme gasto que
esto representa, aunado al costo de la tecnología empleada, pone en evidencia
los límites de la sostenibilidad de la guerra. Nosotros hacemos un llamado
sincero a los soldados de Colombia, a los oficiales y sub oficiales, a los
altos mandos que aun sientan en su pecho el latir de la patria, a recobrar el
decoro y la herencia del ideario bolivariano, que reclama a los militares
emplear su espada en defensa de la soberanía y las garantías sociales. Qué
bueno sería protagonizar el surgimiento de unas nuevas Fuerzas Armadas. No más
sumisión a Washington, no más subordinación al Comando Sur y no más
complacencia con la expansión de bases militares extranjeras en nuestro
territorio.
Esa es la hoguera que arde en nuestro corazón; por eso no pueden ser más
que un agravio los llamados instrumentos jurídicos de justicia transicional que
apuntan a convertir a las víctimas en victimarios. Que se tenga presente, que
el alzamiento armado contra la opresión es un derecho universal que asiste a
todos los pueblos del mundo, que ha sido consagrado en el preámbulo de la
declaración de los derechos humanos aprobada por la ONU en 1948, y que además
es un derecho consignado en muchas constituciones de las naciones del mundo. No
somos causa sino respuesta a la violencia del Estado, que es quien debe
someterse a un marco jurídico para que responda por sus atrocidades y crímenes
de lesa humanidad como los 300 mil muertos de la denominada época de la
violencia en los años 50, que responda por los 5 mil militantes y dirigentes de
la Unión Patriótica asesinados, por el paramilitarismo como estrategia
contrainsurgente del Estado, por el desplazamiento de cerca de 6 millones de
campesinos, por los más de 50 mil casos de desaparición forzada, por las
masacres y los falsos positivos, por las torturas, por los abusos de poder que
significan las detenciones masivas, por la dramática crisis social y
humanitaria; en síntesis que responda por el terrorismo de Estado. Quien debe
confesar la verdad y reparar a las víctimas son sus victimarios atrincherados
en la espuria institucionalidad.
Somos una fuerza beligerante, una organización política revolucionaria
con un proyecto de país esbozado en la Plataforma Bolivariana por la Nueva
Colombia, y nos anima la convicción de que nuestro puerto es la paz, pero no la
paz de los vencidos, sino la paz con justicia social.
La insurgencia armada motivada en una
lucha justa no podrá ser derrotada con bombarderos ni tecnologías, ni planes por
muy sonoros y variados que sean sus denominaciones. La guerra de guerrillas
móviles es una táctica invencible. Se equivocan aquellos que embriagados de
triunfalismo hablan del fin del fin de la guerrilla, de puntos de inflexión y
de derrotas estratégicas, y confunden nuestra disposición al diálogo por la paz
con una inexistente manifestación de debilidad. Nos han golpeado y hemos
golpeado, sí. Pero con el romancero español podemos decir: “por fortuna os
vanagloriáis porque vuestras armas están bruñidas; en cambio mirad las mías,
qué amelladas están, porque hieren y han sido heridas”. Así son los avatares de
la guerra. El Plan Patriota del Comando Sur de los Estados Unidos ha sido
derrotado y la confrontación bélica se extiende hoy con intensidad por todo el
territorio nacional. No obstante en nosotros palpita un sentimiento de paz
fundado en el convencimiento de que la victoria siempre estará en manos de la
voluntad y la movilización de nuestro pueblo. “Este es un mensaje de decisión,
decía hace poco Alfonso Cano: aquí en las FARC nadie está amilanado, ¡estamos
absolutamente llenos de moral, de moral de combate!”.
Presidente Santos, fundemos la paz tomando como base los anhelos de la
nación.
Convocamos a todos los sectores sociales del país, al Ejército de
Liberación Nacional, ELN, a los Directorios de los partidos políticos, a
Colombianas y Colombianos por la Paz, organización que liderada por Piedad
Córdoba trabajó denodadamente por abrir esta senda, a la Conferencia Episcopal
y a las iglesias, a la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE), a la
Coordinadora de Movimientos Sociales de Colombia (COMOSOCOL), a los promotores
del Encuentro por la Paz de Barranca, a los indígenas, a los afro-descendientes,
a los campesinos, a las organizaciones de desplazados, a la ACVC, a la
Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (ANZORC), a las centrales
obreras, a las mujeres, al movimiento juvenil colombiano, a la población LGTBI,
a los académicos, a los artistas y cultores, a los comunicadores alternativos,
al pueblo en general, a los migrados y exiliados, a la Marcha Patriótica, al
Polo Democrático, al Congreso de los Pueblos, al Partido Comunista, al MOIR, a
la Minga Indígena, a los amantes de la paz en el mundo, para que llenen de
esperanza este intento de solución diplomática del conflicto.
Simón Trinidad ya manifestó desde la cárcel imperial de Florence
(Colorado), donde está condenado injustamente a 60 años de presidio, su total
disposición para participar en los diálogos por la paz de Colombia. En un acto
de sensatez la Fiscalía colombiana ha dicho que él tiene todo el derecho a
hacer parte de la delegación de las FARC en la mesa de conversaciones y el
Consejo Superior de la Judicatura ofreció la tecnología y la logística para que
eso sea posible. El gobierno de los Estados Unidos haría un gran aporte a la
reconciliación de la familia colombiana, facilitando la participación de Simón,
de cuerpo presente en esta mesa.
Finalmente queremos expresar nuestra eterna gratitud a los gobiernos y
pueblos de Noruega, Cuba, Venezuela y Chile, que desplegaron sus esfuerzos
mancomunados desde Escandinavia, desde el Caribe, desde la cuna de Simón
Bolívar y desde el indómito Arauco de Neruda y Allende, para que el mundo pueda
contemplar el prodigio de la nueva aurora boreal de la paz. También resaltamos
la contribución del CICR como garante del traslado de voceros de las FARC desde
agrestes regiones colombianas bajo el fuego.
Rendimos homenaje a nuestros
caídos, a nuestros prisioneros de guerra, a nuestros lisiados, a la abnegación
de las Milicias Bolivarianas, al Partido Comunista Clandestino y al Movimiento
Bolivariano por la Nueva Colombia, y junto a ellos al pueblo fiel que nutre y
acompaña nuestra lucha.
Sin aún comenzar la discusión, no coloquemos como espada de Damocles, a
pender amenazas sobre la existencia de esta mesa. Sometamos las razones de cada
una de las partes contendientes al veredicto de la nación, a la veeduría
ciudadana. No permitamos que los manipuladores de opinión, desvíen el rumbo de
esta causa necesaria que es la reconciliación y la paz de los colombianos en
condiciones de justicia y dignidad. La gran prensa no puede seguir actuando
como juez inicuo frente al conflicto, porque como decía Cicerón, “un
juez inicuo es peor que un verdugo”. De los esfuerzos de todos y de la
solidaridad del mundo, depende el destino de Colombia. Que la oración por la
paz de Jorge Eliécer Gaitán ilumine nuestro camino:“Bienaventurados los que
entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar
sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno
ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres del pueblo,
porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la
historia!”.
Damos la bienvenida a este nuevo emprendimiento por la paz con justicia
social. Todos, por la solución incruenta del conflicto colombiano.
¡Viva Colombia/ Viva
Manuel Marulanda Vélez/ Viva la paz!
Secretariado del
Estado Mayor Central de las FARC-EP
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