|
--
Jose Repelin
Desde hace varios años vengo combatiendo –como el caballero de
la triste figura– mis gigantes –que resultaron ser molinos de viento–, sin
derrotar a ninguno. Voy a recordarles los tres más grandes.
El molino más pequeño se llamaba Petro. El alcalde inició y terminó su gobierno
“chamboneando”, que consistía en hablar primero y pensar después.
Afortunadamente, no era como los ríos y las motocicletas, que no tienen
reversa, y finalmente la mayoría de los absurdos con los cuales nos amenazó
nunca se realizaron. Empezó proponiendo la implantación de colegios en los
terrenos destinados para la necesaria Avenida Longitudinal de Occidente (ALO),
y la construcción de un tranvía que iría hasta Zipaquirá. Después anunció que
cobraría peajes urbanos, en una ciudad sin autopistas urbanas. De pronto se dio
cuenta de que en el sector de Cedritos el alcantarillado ya no era suficiente
para evacuar las aguas de las nuevas construcciones y suspendió la expedición
de licencias de construcción. Meses más tarde, presentó un Plan de Ordenamiento
Territorial –POT– que autorizaba construcciones de gran altura – incluso en
Cedritos – que el Concejo le rechazó. Entonces sacó de la manga el decreto 562,
que permitía prácticamente lo mismo que el POT rechazado. Su programa de Viviendas
de Interés Prioritario –VIP– nunca alcanzó las metas prometidas y, para
construir parte de las unidades que finalmente hizo, sacrificó el lote de la
Hoja, uno de los terrenos más valiosos que tenía Bogotá.
Las voces de alerta y rechazo a sus programas no le hicieron ni
cosquillas a este molino. Por fortuna, con el alcalde Petro sucedió lo que
sucede con la enfermedad llamada adolescencia: que se cura sola con el tiempo.
Ahora llega Peñalosa
nuevamente a la alcaldía, quien demostró en su mandato anterior ser un buen
administrador y un mejor ejecutor, hasta el punto que apareció un grafiti que
decía: no queremos obras; queremos
promesas. Parece que a Peñalosa le quedó sonando la frase y, en
entrevista del periodista Yamid Amat, le soltó un ambicioso programa –como para
desarrollarlo en 20 años– con unas súper promesas que incluyen un gran parque
en los cerros orientales, el metro elevado, la recuperación del río Bogotá
–hasta volverlo navegable– y del río Tunjuelo, y cien mil viviendas de Interés
Prioritario repartidas en cinco desarrollos llamados “Ciudad Paz”.
Queríamos promesas pero no tantas. Los bogotanos quedaremos
satisfechos con que cumpla el 10% de su programa, y hasta aquí todo bien. Pero
lo que no está bien es que quiere construir una de sus “Ciudades Paz” en la
reserva Thomas van der Hammen, contra la opinión de expertos y profanos. La
reserva, al norte de Bogotá y con un área de 1.400 hectáreas, sirve de unión a
los ecosistemas de los cerros orientales con los de la sabana y el río Bogotá.
Esperamos que el alcalde recapacite, se lleve la vivienda para otra parte, y
respete los terrenos que los ambientalistas consideran irremplazables. Ojalá
que Peñalosa –de por sí un gigante– no se convierta en el próximo molino.
El siguiente molino –ese sí un verdadero gigante en el sentido
de la palabra– es la torre BD Bacatá, que ya se eleva desafiante en el paisaje
urbano de Bogotá. Nuestro ataque a este Goliat
comenzó en abril de 2011 cuando
apareció profusamente en Bogotá la propaganda de un rascacielos de 66 pisos
que, de acuerdo con nuestro leal saber y entender, no había presentado el plan
parcial obligatorio; no respetaba ni los aislamientos exigidos ni la altura, ni
el índice de construcción resultante de las normas sobre aislamientos; no
cumplía con las normas referentes a los medios de evacuación, se presentaban
inconsistencias entre la licencia y los planos aprobados, y no se le cobró la
plusvalía correspondiente a la mayor edificabilidad.
Además, estaba ubicado en un sitio con una movilidad y una
infraestructura de servicios cercana al colapso, y no aportaba a la ciudad
ningún espacio público. No conocemos el estudio de movilidad –que se presentó
después de expedida la licencia de construcción– pero creemos que la entrada de
vehículos propuesta por la calle 20 desde la carrera 7ª, y la salida por la
carrera 5, no era suficiente para el nuevo tráfico generado por el edificio;
mucho menos ahora que Petro peatonalizó la carrera 7ª. Arquitectónicamente, el
proyecto se destacaba por su mezquindad en los espacios, algunos de ellos
inoperantes como un hall de ascensores de un 1,50 metros de profundidad, una
entrada y salida de 6 metros de ancho para 700 estacionamientos, y un área de
descargue en el sótano donde no cabían los camiones. No sabemos si se corrigió
alguno de estos errores imperdonables.
Creímos que el edificio representaba un golpe bajo para Bogotá y
una cachetada al desarrollo del centro, y solicitamos la revocatoria de la
Licencia de Construcción. La respuesta de la Secretaría Distrital de
Planeación, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012, fue
contundente: Los asuntos de tipo
estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de
Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de
modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta
oportunidad, por
tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado.
Y remataba con una frasecita demoledora:
con ella queda agotada la vía gubernativa. Total: otro molino que
nos derrota. Lo más grave, sin embargo, está todavía por venir. Se dice que hay
más de 350 licencias otorgadas con base en el decreto 562 donde no se sabe
cuántos gigantes como el BD Bacatá estarán agazapados. Por lo pronto, se
anuncia un monstruo de 90 pisos a una cuadra del rascacielos mencionado: el
proyecto Entre Calles. Dios y Peñalosa libren al centro de semejante desastre.
Derrotados y con el rabo entre las piernas, nos enfocamos en
Medellín –segunda ciudad del país– para combatir un molino asesino: los
responsables del colapso de la torre 6 del conjunto Space, ocurrido el 12 de
octubre del 2013. Según el estudio de la Universidad de los Andes, los cálculos
–criminales, agrego yo– no cumplían con las normas, al igual que los de otros
conjuntos: Continental Towers, Asensi, Mantuá, Colores de Calasania, Punta Luna
y Acuarela Norte, calculados por el mismo ingeniero.
El año pasado escribí un test dirigido a mis colegas paisas, con
12 preguntas sobre el caso Space. Solamente recibí una respuesta a una de las
preguntas, enviada por Germán Téllez, que tiene de antioqueño lo que yo tengo
de esquimal. Publico el vínculo de las preguntas, con la esperanza de que haya
al menos un arquitecto antioqueño que lea Torre de Babel, comparta nuestra
indignación y nos cuente si finalmente se hizo justicia: Test para constructores
antioqueños.
Los promotores ambiciosos a quienes no les importa la ciudad, y
los ingenieros inescrupulosos a quienes no les importa la vida humana, siguen
cabalgando. Pero no hay nadie que les ladre.
Comentarios
Publicar un comentario